2 de mayo de 2016

El Muerto Viviente

Balbucea convencido proclamas babosas para camelar a la mayoría. Camina arrastrando la muerte, parándose a estrechar sus frías y flácidas manos a ancianos y meapilas orgullosos. Su escuadrón de guardias lo protege inyectando miedo en sus dominios. Vestidos de inofensivos bufones, sus aduladores recitan odas en la corte capaces de reblandecer cerebros que le serán servidos como alimento. A excepción de la habilidad de esconderse y derramar el tiempo, no se le conoce virtud. Carece de cualquier emoción, sin contar su pasión por ver arrastrarse un mísero balón. Con humildad confiesa que no sabe nada del pasado, es un muerto y los muertos no tienen recuerdos, aunque su lengua serpentea la solución a todos los problemas, incluidos los que carecen de ella.

Cuando cae la noche, el muerto viviente regresa a su hermético palacio y emite una risotada atronadora que hiela las paredes. Las encuestas son rotundas: mientras seguís durmiendo plácidamente, el muerto viviente continuará siendo vuestro presidente.

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