Hace un par
de meses me llegó el encargo, envuelto en papel de regalo, de leer una de esas obras
confeccionadas para hacer de sus páginas una ventana al corazón. Hablo en esta
ocasión de Marina, un trabajo de una de las primeras espadas de la
literatura española, Carlos Ruíz Zafón. Una obra que nos adentra en un mundo de
ilusión y tenebrosidad, con un contenido interiorista de profundo calado donde
la amistad, el amor, la muerte y la vida impregnan sus páginas. Una historia
que versa sobre la posibilidad de dar vida a la muerte y su aceptación bajo los
finitos límites de la medicina, desarrollada en dos tramas que el lector
acabará siendo cómplice de su conexión. Una novela que te atrapa y te lleva a
experimentar un cúmulo de sensaciones encontradas y por encontrar.
A nivel
literario, la tarea de Zafón es estupenda. Destaca por encima de todo esa prosa
con esencias poéticas que envuelve a la característica narrativa del autor catalán.
Construye oraciones con elegancia, pero es ágil en la narración, usa un
lenguaje cuidado, pero no es necesario echar mano del diccionario. En este
sentido, se disfruta mucho del trabajo del escritor, aunque en ciertas fases
parece peligroso que el objeto de atención recaiga más en la envoltura que en
el contenido. A modo bibliográfico, Marina es el último trabajo de Zafón
en clave de narrativa juvenil, resultando un claro ensayo final de lo que luego
sería la exitosa saga que encabeza La Sombra del Viento.
El argumento
de Marina se desarrolla en dos vertientes, la historia de amistad paulatina entre Óscar y
Marina y la trama que ellos mismos van destapando a golpes de inocencia
curiosidad. En ésta, los dos jóvenes protagonistas se ven atrapados en las
garras de las reminiscencias de la vida de Mijail Kolvenik, un fabricante de prótesis
obsesionado con derrotar a la muerte y sobreponerse a la malformación, marcado por
el símbolo de la mariposa negra. El intento de conectar ambas facetas por
momentos resulta fallido, así como el papel insustancial de los dos
protagonistas en el desarrollo de la misma, quienes resultan ser meros testigos de los acontecimientos. Es
más que probable sentir que la cara fantástica de la obra pierde consistencia a
medida que va llegando a la resolución. Tampoco ayuda el ritmo acelerado que
impone el autor, dejando cuestiones inconexas al aire.
Pero, llegados
al final, encontramos lo mejor, la esencia y la magia, la emoción palpitante, la
lágrima que brota con gusto, el verdadero motivo para enamorarse de Marina.
A pesar de estar escrito con hiel, es de uno de los finales que mejor sabor de
boca me han dejado. Se trata de un canto al amor inocente y tierno, un homenaje
a la desnudez de los sentimientos, un punto de encuentro entre el camino de la vida y el de la muerte. Además, encontramos
un suspiro para respirar el paralelismo de la trama emocional con la
fantástica.
Los
personajes, en especial el dúo protagonista, son de esos que consiguen calar con
facilidad, gracias en parte a su predisposición por mostrar sus pensamientos y emociones. Cabe destacar
la facilidad que tienen por las reflexiones filosóficas, dejando frases sublimes
de la talla de: "El tiempo hace con
el cuerpo lo que la estupidez con el alma, lo pudre". "A veces las cosas más reales sólo suceden en
la imaginación. Sólo recordamos lo que nunca sucedió". "El
camino al infierno está hecho de buenas intenciones".
En definitiva,
Marina
es una de esas obras que se recuerdan por los momentos de emoción vividos entre
lector e historia, no tanto por el argumento, ni siquiera por su delicado
envoltorio literario. Una obra para llorar, creer, fascinarse, reír, razonar,
pero sobre todo, para enamorarse, más si cabe, de este arte que es vivir.
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