No podía ser en otro
sitio que en Roma donde finalizara Los Asesinos Del Emperador, una
lectura que me ha ocupado un total de siete meses. No es para menos, ya que la
novela narra de forma extensa la caída de la dinastía Flavia que daría paso a la
subida al trono de Trajano, el primer emperador hispánico de Roma. La firma es
de Santiago Posteguillo, encargado
de mezclar, sin grandes alardes literarios, la rigurosidad de los
acontecimientos y la maraña de entresijos sentimentales dentro y fuera de
palacio con cierta fantasía. Así pues, nos encontramos ante una obra histórica entretenida
y atractiva para el público de masas.
El
autor, profesor titular de la Universidad Jaume I de Castellón, se dio a
conocer en el entorno literario allá por el año 2006 con su trilogía dedicada a
Escipión el Africano: un importante general
y político romano, del que se cree que fue capaz de vencer al ejército
cartaginés comandado por Aníbal Barca, y hacer que Cartago se rindiera a Roma después
de la Segunda Guerra Púnica. Tras saltar un período más trascendental de Roma en
cuanto a historia y literatura se refiere, en el que sobresalen las figuras de
Julio César, Marco Antonio, Augusto, Calígula o Claudio; Santiago Posteguillo emprende en 2011 una nueva trilogía, acerca de
la figura de Marco Ulpio Trajano, con Los Asesinos Del Emperador, prolongada
por Circo
Máximo en 2013 y con una última entrega en fase final de su redacción.
El
libro nos remonta a finales del Siglo I d.C., instantes antes de que la
conspiración contra Domiciano, emperador de Roma, se ejecute. Después de dar
una perspectiva social y política de un imperio resquebrajado debido al
paranoico mandato de su emperador, la trama regresa al agitado reinado de Nerón,
rememorando su célebre incendio, en el 63 d.C., para motivar minuciosamente la
conjura citada. Entre tanto, la inestabilidad se cierne sobre Roma: las guerras
civiles desangran el poder del imperio y ninguno de los fugaces emperadores–Galba,
Otón y Vitelio– es capaz de poner cordura hasta la llegada de la dinastía
Flavia al poder, con Vespasiano primero, su hijo Tito después y el despiadado
Domiciano por último.
La
narración entrelaza diversos sucesos aislados en tiempo y espacio que
paulatinamente se ensamblan como piezas de un puzle casi perfecto. Cabe
destacar la inclusión de la construcción del Coliseo y su posterior reforma, la
persecución a los primeros cristianos, el desgraciado devenir de gladiadores,
la existencia de gladiadoras, el costoso asedio a Jerusalén y las batallas en
la frontera del Imperio con Britania, Germania, el Danubio o Partia. Es en la
faceta bélica, entre otras, donde se aprecia el gusto por el detalle y el rigor
de la obra, lo cual conduce, en ocasiones, al letargo. Una muestra sobre la conquista
de Jerusalén:
“Las maderas de la rampa crujían al sostener
el tremendo peso de un ariete montado sobre gigantescas ruedas y el peso de una
monumental torre de asedio que le seguía, con dos escorpiones instalados en su
último piso, toda ella llena de arqueros, legionarios y auxiliares armados con
flechas, lanzas y protegidos por sus grandes escudos rectangulares y cóncavos.
Las maderas crujían y los clavos que la sostenían se tensaban hasta lo
indecible, pero los ingenieros romanos lo tenían todo calculado con exactitud
y, además, ya llevaban varias rampas construidas para la conquista de los muros
exteriores de la ciudad. […]
Trajano empezó a subir por la rampa, pero,
de pronto, cuando sólo llevaba —en esta ocasión para su fortuna— una decena de
pasos sobre aquellas vigas de madera, los crujidos de la base de la rampa se
transformaron en un ensordecedor estruendo y lo inimaginable, lo imposible, lo
que nunca antes había ocurrido, aconteció: Trajano perdió el equilibrio porque
la base que le sustentaba parecía moverse sola, y en su caída contempló cómo el
gigantesco ariete y la inmensa torre de asedio se venían abajo, en pie aún,
pero hundiéndose en una maraña brutal de madera que se deshacía en su base y se
desplomaba, no hasta caer en el suelo sobre el que se había levantado, sino aún
más, hundiéndose torre y ariete y arqueros y escorpiones y auxiliares y
legionarios en las profundidades de un inabarcable agujero que lo engullía
absolutamente todo, como si el dios Vulcano hubiera decidido emerger a la
superficie de la tierra por aquel punto y todo a su alrededor se deshiciera en
un océano de astillas, gritos y sangre.”
La
parte central de la obra es monopolizada por el ascenso al poder de Domiciano,
a costa de dejar morir a su hermano Tito, y el progresivo desarrollo de su
demencia durante su reinado. El paso de las páginas muestra su carácter
calculador, sanguinario y profundamente maniaco que sumiría en la completa
ruina al pueblo romano. Su victoria en la frontera del Rin, a causa del fortuito
deshielo de sus aguas, elevaría su consideración hasta Dominus et Deus, lo cual avivaría la conspiración contra su persona.
Su relación con Domicia Longina, su mujer, con la que concebiría un hijo que
después dejaría morir, deja entrever la cúspide de su crueldad, tal y como ilustran
sus palabras:
“Sé que para ti la vida es ahora sólo
sufrimiento: tu padre muerto, tu madre muerta, tu hermana muerta, tu antiguo
marido muerto, Tito recién fallecido y tu hijo muerto también. No tienes nada
ni nadie por lo que vivir, por eso quiero que vivas, pero en condiciones en las
que ni puedas matarte ni puedas volver a humillarme. Sólo quiero que vivas, que
sufras, que maldigas cada nuevo amanecer”.
Fuera
de los vaivenes de la capital, la obra nos acerca a la infancia de Trajano en
Itálica, la esmerada educación en cuestiones políticas y militares que recibió de
su padre –senador de Roma y gobernador de provincias–, su homosexualidad, su
destreza para salvar conspiraciones, la admiración por parte de sus ejércitos y
un infatigable sentido de la fidelidad y del trabajo. Resulta clarividente la
posición impasible que Trajano adopta al enterarse de la muerte de Nerva, efímero
sucesor de Domiciano.
“Allí, envuelto en una maraña de ingenieros,
arquitectos y oficiales, revisando planos expuestos sobre el suelo, estaba su
tío, agachado, con las sandalias cubiertas de barro y las manos sucias por
haber estado excavando con sus propios dedos para extraer tierra y examinar así
el punto por donde era más factible culminar la construcción de los muros que
marcaban el fin del mundo. […]
—¿Y bien? —preguntó sin ni siquiera un saludo.
Había sido interrumpido en su trabajo. Más valía que la
causa fuera de suficiente importancia. […]
—Nerva ha muerto, tío —dijo con satisfacción Adriano—. Eres
el emperador de Roma, Imperator Caesar. Nerva ha muerto —repitió Adriano ante
la aparente indiferencia o frialdad, no sabía bien de qué se trataba, de su
tío.
Trajano pidió una sella que trajeron con rapidez y el
legatus, gobernador, senador y César se sentó. Sólo entonces, después de cruzar
su mirada con los ojos muy abiertos de Longino y Quieto, que se encontraban a
su lado y que estaban asimilando aquel mensaje, se dirigió Trajano a su
sobrino.
—Nerva fue un buen emperador; el Senado le deificará pronto.
Estás hablando de un dios, sobrino, de un dios. Deberías mostrar más respeto”.
Además,
Los
Asesinos Del Emperador no escatima esfuerzos en escenas sobrecogedoras,
imágenes cruentas y tibias pinceladas de erotismo. A destacar el martirio sufrido
por San Juan, siendo éste introducido en una balsa de aceite hirviendo; las
luchas a muerte entre gladiadores; o la siguiente, en la que dos prostitutas tienen
sexo con un león:
“—Ponte a cuatro patas y quédate quieta. Es
tu única oportunidad —le dijo con una voz oscura como la noche. La muchacha,
aterrada, temblando, obedeció sin saber qué otra cosa podía hacer. Seguía atada
por las piernas y no podía huir.
[…]El león se acercó a la muchacha que estaba a cuatro patas
y empezó a olerla. Su miembro se excitaba cada vez más. Carpophorus había
cogido la antorcha y se alejaba unos pasos. El público, enfervorecido,
entusiasmado por el interés sexual del animal por la joven, empezó a aclamar al
bestiarius, que miró de nuevo al podio imperial y comprobó que el mismísimo
emperador estaba absorto por el espectáculo. Todo estaba saliendo mejor de lo
que esperaba. En ese momento la fiera, incapaz de satisfacer su ansia con la
pequeña joven, sintió quizá que debía hacer lo que hacía con las leonas en la
selva y mordió a la muchacha por el cabello en un intento por sujetarla. El
mordisco fue brutal y la joven, incluso amordazada, desgarró el anfiteatro con
el más horrible de los gritos ahogados que se hubiera oído allí en mucho
tiempo. La fiera, con una fuerza brutal, zarandeó el cuerpo de la muchacha que,
con los ojos en blanco, agonizaba ya musitando sólo gemidos de horror.”.
En
su narración, Posteguillo esboza un estilo sencillo, con fórmulas automáticas y
en ciertos pasajes simplonas. Es claro que el verdadero interés de la obra es su
historia, reforzada por su meritoria estructura, pero esta capitulación ante la escritura resta
brillantez y dinamismo. Por otro lado, el narrador se muestra excesivamente
celoso y guía a la hora de enlazar argumentos, clarificando detalles evidentes.
Como contrapunto, despunta la labor en los diálogos que resultan muy cercanos y
directos.
De
esta forma, por la solidez y amplitud de su entramado, Los Asesinos Del Emperador
es una obra apropiada para introducirse en un período trepidante que ha sido
sistemáticamente obviado. Eso sí, no busquen en él una reinvención de la
literatura si no quieren llevarse una decepción. Y ármense de paciencia: no es
una obra apta para personas que sufren dolores de espalda .
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