Perdido entre
un mar de libros que algún coleccionista descartó de su armario, me topé con la
oportunidad de estrenarme con Mario Vargas Llosa, todo un Premio Nobel de Literatura,
lo cual ya de primeras impresiona y hasta llega a asustar. Pantaleón y Las Visitadoras
nos remonta a mayo de 1973, donde el floreciente escritor desempolva su pluma apuntando
directamente al Ejército peruano y su abastecimiento de prostitutas. Todo un
entramado mordaz de enredos moralistas, rencillas familiares, secretos y
mentiras, e idas y venidas de los principales entorchados militares. Un relato
basado en la propia experiencia del autor, durante sus viajes a la selva
peruana entre 1958 y 1964.
De primeras, una marabunta en forma de conversaciones entrecruzadas descubre un estilo muy diferenciado a la narrativa usual, lo cual hace de los primeros pasajes del libro toda una aventura tediosa a la que se resiste la posibilidad de encontrar luz. En este sentido, Vargas Llosa se prodiga con una amalgama de recursos que van desde las conversaciones citadas, pasando por cartas formales, radiaciones de locutores, documentación oficiosa y pequeños estribos narrativos. Tras lidiar con el sello pesado de los primeros capítulos, el lector conseguirá hacerse con el hilo argumental sin problemas.
El argumento
arranca con la oferta al general Pantaleón Pantoja de encargarse de formar un
equipo de visitadoras, prostitutas, estimulando así el trabajo de las bases del
Ejército en la Amazonía. El fin, mejorar el rendimiento de las tropas como pretexto
formal, y reducir el número de violaciones, como pretexto informal. Aunque con
recelo, el general Pantoja acepta la afrenta con secretismo, extendiéndose
rápidamente el éxito del servicio, a la vez que la involucración de éste.
Conforme avanza los capítulos vislumbramos el trazando de un camino que
indiscutiblemente llevará a la ruina a ambas secciones. Por otro lado, el
mensaje de una nueva congregación religiosa, los hermanos del Arca, va tomando fuerza,
así como el fanatismo desbocado entre sus fieles. Entre tanto suceden divertidas
escenas esculpidas con punzón afilado, sin derramar gota de sangre.
A medida que
se van destapando secretos y apariencias, la voz de las calles, envenenada por
el interés de los medios de comunicación y la falsa ética, clama con una
ventolera de críticas que consigue enterrar el servicio de visitadoras, así
como la carrera del general Pantoja. Una vez dicho esto, queda hacerse la
pregunta mágica. ¿Vale un sinfín de violaciones el silencio mediático que
mantenga el buen honor del Ejército? ¿Hasta qué punto las apariencias dictan
los designios del quiénes somos y a dónde vamos?
Historia
distante a nuestro tiempo, en buena medida gracias al avance educativo de la
sociedad, pero preguntas que todavía guardan una clara resonancia con estos
tiempos. En definitiva una obra entretenida, distinta, rebosante de ironía y personajes
variopintos, que a buen seguro merece una relectura que ayude a vislumbrar
todos esos rincones que de pasada permanecieron ocultos.
Reseñar, por
último, las dos adaptaciones cinematográficas de la obra. La primera española,
de 1975, con la participación de José Sacristán como protagonista, y el propio
Vargas Llosa en las labores de dirección. Una versión muy criticada, hasta tal
punto que Vargas Llosa declararía recientemente: "es una película que no hay que ver de ninguna manera, que si se cruza
en su camino y ustedes me tienen en alguna estima, por favor no vean, porque
además actúo. Es una película espantosamente mala y todo es culpa mía".
La segunda, por el contrario, fue rodada en 1999 con la dirección del peruano
Francisco Lombardi, obteniendo esta vez una notable crítica.
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